Uno lee el catálogo del Festival y se nombra al fotógrafo Robert Frank y sus retratos de la vida americana. Efectivamente, al final de los títulos, Ruth Beckermann agradece a la persona en cuestión. Pero en el ámbito audiovisual, lo primero que se me vino a la cabeza fue el nombre de Fabián Polosecki por la frescura y familiaridad de las entrevistas. O algo más, ya que esto parece hacer referencia a una improvisación poco controlada. Uno piensa en los tramos de entrevistas que parecen no tener ni comienzo ni final y en la empatía de la directora detrás de cámara y los personajes de dibujos animados para colorear. El único momento más petrificado es el de la mujer diciendo un discurso emotivo en algo que parece ser un acto de ex combatientes, mezcla de nacionalismo con tristeza por la pérdida del sueño americano. Es uno de los pequeños centros duros de la película, junto con el que muestra a una mujer empacando todo porque tiene que dejar su casa por la crisis económica. El resto tiene la fluidez de un río, de una charla que viene y se continúa después del final.
En esa transición están los problemas de Estados Unidos de los últimos diez años, y también su historia y tópicos, en general: la libertad, la tierra de oportunidades, el racismo, la voluntad individual. Es esa conjugación contradictoria entre EL sistema y la libertad de acción y pensamiento de la que todos hablan, para amarla o criticarla, que va de maravillas con unas escenas ordenadas, como en todo relato, aunque con la libertad suficiente como para no mostrar ni el principio ni el fin, si una cantidad de imágenes que se mueven sobre por rieles muy aceitados. Se transmite un cierto orgullo de vivir a pesar de las dificultades, la demostración de alguna creencia básica que aún sirve como impulso, y que se certifica físicamente en el contacto íntimo con Ruth Beckermann. Al igual que Polosecki, en este caso, una austriaca fue al contacto directo como la mejor forma de liberarse del cliché.
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